jueves, 4 de febrero de 2016

¡Invitación a la Tarde Literaria!

Hola chicos

Quiero invitarlos a la Tarde Literaria que se llevará a cabo el 4 de marzo, en el Colegio.


Si tú escribes cuento, poemas, bailas, cantas, tocas un instrumento o tienes alguna habilidad artística, la tarde literaria es para ti.

No la confundan con el concurso de talentos.

La tarde literaria tiene como finalidad hacer un homenaje a los alumnos que se han acercado a algún arte.

¡Anímate! Éste es un espacio para jóvenes artistas y creadores en el que podrás compartir tu trabajo y talento.

Lo único que necesitas es inscribirte conmigo. La inscripción puedes hacerla comentando este estado o conmigo personalmente en las clases de Literatura.

¡Todos son bienvenidos!

TRES EJEMPLOS DE LA LITERATURA NEOCLÁSICA



EL VIEJO Y LA MUERTE
Felix María Samaniego

Entre montes, por áspero camino,
tropezando con una y otra peña1,
iba un viejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero2 destino.
Al fin cayó, y viéndose de suerte 3
que apenas levantarse ya podía,
llamaba con colérica4 porfía
una, dos y tres veces a la Muerte.
Armada de guadaña5, en esqueleto,
la Parca6 se le ofrece en aquel punto;
pero el viejo, temiendo ser difunto7,
lleno más de terror que de respeto,
trémulo8 le decía y balbuciente:
“Yo ... señora... os llamé desesperado;
pero... “
«Acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
«Que me cargues la leña solamente.»

Tenga paciencia quien se cree infelice;
que, aún en la situación más lamentable,
es la vida del hombre siempre amable.
El viejo de la leña nos lo dice.





1 Peña : piedra
2 Mísero: infeliz, desdichado.
3 De suerte que: de tal modo
4 Colérica: enojada,  furiosa, rabiosa.
5 Guadaña: herramienta con que se cosechaba antiguamente el trigo u otros cereales, consiste en un palo con una cuchilla curva sujeta a un extremo (ver imagen).
6 Parca: forma de llamar a la muerte que se origina en el mito griego de Las Parcas.
7 Difunto: muerto
8 Trémulo: tembloroso.



                                                                                                                                                                           








Fragmento de El periquillo sarniento
De José Joaquín Fernández de Lizardi

Nací en México, capital de la América Septentrional, en la Nueva-España. Ningunos elogios serían bastantes en mi boca para dedicarlos a mi cara patria; pero, por serlo, ningunos más sospechosos. Los que la habitan y los extranjeros que la han visto, pueden hacer su panegírico más creíble, pues no tienen el estorbo de la parcialidad, cuyo lente de aumento puede a veces disfrazar los defectos, o poner en grande las ventajas de la patria aun a los mismos naturales; y así, dejando la descripción de México para los curiosos imparciales, digo: que nací en esta rica y populosa ciudad por los años de 1771 a 73 de unos padres no opulentos, pero no constituidos en la miseria; al mismo tiempo que eran de una limpia sangre, la hacían lucir y conocer por su virtud. ¡Oh, si siempre los hijos siguieran constantemente los buenos ejemplos de sus padres!
Luego que nací, después de las lavadas y demás diligencias de aquella hora, mis tías, mis abuelas y otras viejas del antiguo cuño querían amarrarme las manos, y fajarme o liarme como un cohete, alegando que si me las dejaban sueltas, estaba yo propenso a ser muy manilargo de grande, y por último, y como la razón de más peso y el argumento más incontrastable, decían que éste era el modo con que a ellas las habían criado, y que por tanto, era el mejor y el que se debía seguir como más seguro, sin meterse a disputar para nada del asunto; porque los viejos eran en todo más sabios que los del día, y pues ellos amarraban las manos a sus hijos, se debía seguir su ejemplo a ojos cerrados.
A seguida, sacaron de un canastito una cincha de listón que llamaban faja de dijes, guarnecida con manitas de azabache, el ojo del venado, colmillo de caimán, y otras baratijas de esta clase, dizque para engalanarme con estas reliquias del supersticioso paganismo el mismo día que se había señalado para que en boca de mis padrinos fuera yo a profesar la fe y santa religión de Jesucristo.
¡Válgame Dios cuánto tuvo mi padre que batallar con las preocupaciones de las benditas viejas! ¡Cuánta saliva no gastó para hacerles ver que era una quimera y un absurdo pernicioso el liar y atar las manos a las criaturas! ¡Y qué trabajo no lo costó persuadir a estas ancianas inocentes a que el azabache, el hueso, la piedra, ni otros amuletos de esta ni ninguna clase, no tienen virtud alguna contra el aire, rabia, mal de ojo, y semejantes faramallas!

Así me lo contó su merced muchas veces, como también el triunfo que logró de todas ellas, que a fuerza o de grado accedieron a no aprisionarme, a no adornarme sino con un rosario, la santa cruz, un relicario y los cuatro evangelios, y luego se trató de bautizarme.

Mis padres ya habían citado los padrinos, y no pobres, sencillamente persuadidos a que en el caso de orfandad me servirían de apoyo.